lunes, 21 de enero de 2013

España, tierra de corruptos

Que sea precisamente ahora cuando el problema de la corrupción, según el último CIS, sea percibido por los españoles en un orden de magnitud nunca visto desde que Felipe González daba sus últimos coletazos como presidente del Gobierno, dice muy poco de nosotros, no de los políticos. No creo que en los últimos 17 años la corrupción haya variado ostensiblemente mucho. El mangoneo y el pasteleo forma parte de nuestra cultura. Como si de un toro de Osborne se tratase, puede que haya habido épocas en las que haya sido más o menos visible, pero la seña de identidad siempre ha estado allí. Como la energía, la corrupción en España ni se crea ni se destruye, simplemente se transforma.
Los Malaya, los Gürtel, los Nóos, los Dívar, los Campeón, los Pellerols y Millet, los Bárcenas, y un largo etcétera, sólo hacen que darme la razón. En la piel de toro, quién no roba es porque no puede, o porque es tonto, dice la sabiduría popular. ¿De qué nos escandalizamos entonces ahora? ¿Por qué ascender a la corrupción a la categoría de problema nacional, justo por debajo del paro, la economía y la clase política? La respuesta es sencilla, lo hacemos por indignación. Nos revienta constatar que aquellos que nos deberían sacar de la crisis, no sólo no lo hacen, sino que además han contribuido a acrecentarla a base de tanto sobre oculto, y tanta contabilidad B.

En verdad no nos faltan razones. El problema es haber tenido que esperar a que nos vayan mal dadas para darnos cuenta de la gravedad de la situación. Mientras hubo abundancia, a pocos les pareció un problema que nuestros dirigentes malversaran algo de dinero público, ahora que hay escasez y penurias nos escandalizamos. Somos así de simples. Francisco Camps ganó no hace mucho unas elecciones por goleada, a pesar de sus trajes. Los políticos, que de tontos no tienen un pelo, se quedan con estas cosas, por eso es difícil que algo vaya a cambiar en el futuro. Nuestra volatilidad e inconstancia en nuestras preocupaciones nos hace débiles, y presa fácil de los que sin ningún tipo de escrúpulos son capaces de quitarte el pan de la boca, para comérselo ellos, aunque estén llenos a reventar.

El día que salgamos de la crisis seguirá habiendo corrupción. Si entonces nos seguimos preocupando por ella de la misma manera que ahora, es posible que algo pueda cambiar, de lo contrario, como el toro de nuestra geografía, seguirá perdurando para siempre jamás. Es lo que tiene las costumbres, que se resisten a desaparecer.

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